Ha llegado el momento de decir adiós.
Mi padre luego de interminables días de sufrimiento se ha ido. Fueron años muy difíciles. Estoy triste y devastada como toda mi familia. Sin embargo, un sentimiento de paz y alivio me acompaña ahora. Luego de tanto luchar por aferrarse a la vida obtuvo por fin su merecido descanso.
"Apenas unas pocas historias alcanzan para ilustrar la tristeza, la angustia y el dolor que implican los adioses. No conviene ser prisionero del pasado. Todos tenemos la posibilidad de sortear el dolor y convertirlo en algo que nos permita conectar con la vida de aquí y ahora. "Todos los días, en todo momento, ponemos en acto nuestra capacidad para decir adiós. Todos los seres humanos estamos entrenados para las pérdidas, sólo nos falta tomar contacto con esta sabiduría", sostiene la psicóloga Alicia López Blanco.
Esta parece ser la forma más clara y positiva de entender el duelo, ante todo, como una potencialidad. Así como poseemos resiliencia (la capacidad de superar y revertir las situaciones más traumáticas), todos tenemos, con más o menos recursos, la capacidad de atravesar el dolor que provocan las pérdidas. "Es necesario entender que el duelo por pérdidas es un proceso adaptativo esperable -explica el doctor Oscar Boullosa, médico psiquiatra-. Estar en duelo no es estar enfermo. El duelo se convierte en enfermedad cuando no se logra superar el dolor y hay que intervenir por medio de un tratamiento que suele requerir de fármacos y psicoterapia."
Estos dos conceptos -el duelo como potencialidad y el duelo como respuesta necesaria y adaptativa- son fundamentales para entender la importancia que tiene atravesar las situaciones de pérdida. Es necesario y saludable llorar, extrañar, aceptar, soltar, superar, transformar, seguir adelante. Y si no se puede, saber que siempre hay quien pueda brindarnos ayuda o acompañarnos en el camino de las sanas despedidas.
Desde ya que no es lo mismo decir adiós en cualquier situación de pérdida. Todo depende, claro está, del compromiso afectivo que tengamos con lo que hemos perdido, así como del deseo y la fuerza que podamos poner en juego para elaborar la pérdida.
Si hiciéramos un listado de situaciones dolorosas, al principio seguramente pondríamos la muerte y, a pocos pasos, la enfermedad, por su reminiscencia directa con la posibilidad de perder la salud y la vida. Muy en nuestro interior seguimos soñando con ser inmortales e invencibles, pero sabemos que, a nuestro pesar, todo y todos tenemos reservado un comienzo y un final.
Poder decir adiós también tiene que ver con otras cuestiones: una separación o un divorcio, una discusión sin retorno, una mudanza, el exilio, el despido, la renuncia o el retiro de la vida laboral, atravesar cualquier etapa o ciclo vital (la niñez, la adolescencia, ser adulto, envejecer). Salvando las distancias, una película, un libro, una canción, un plato de comida, una taza de café., también tienen un final, muchas veces, incluso, inesperado o amargo.
La lista seguramente continúa. Cada uno podrá sumar o calificar experiencias traumáticas, acorde con sus expectativas, posibilidades y estructura de personalidad. "En todos los casos, sencillos o complejos, cotidianos o inesperados, está implícita una muerte interior. Decir adiós -subraya Alicia López Blanco- implica despedirse de lo que fue y ya no volverá a ser."
En muchos casos, no sólo se trata de aceptar el adiós sino de resignificar la mirada sobre el cierre de una etapa.
Muchas veces, no sólo es el hecho o la figura de la pérdida en sí misma lo que impide o posterga la superación o la transformación del dolor. Lo que ocurre es que nos duele el alma por la valoración real de lo que se pone en juego en la pérdida. Es decir, toda separación es dolorosa; pero, más allá de la ausencia, de ahora en más estará la pérdida de todo lo que pusimos o creímos haber esperado y ofrecido en esa relación.
"La tristeza -señala López Blanco- aparece, inevitablemente, ante las pérdidas, y desaparece cuando logramos hacer el duelo. Si podemos separarnos de aquello que perdimos, podremos despedirnos de lo que ya no es ni será, y continuar siendo, esencialmente, nosotros mismos."
"El tiempo de los duelos depende de la capacidad que cada persona tiene de desapegarse y de la carga emocional adjudicada a la pérdida de la que se trate", explica López Blanco. Y agrega: "Cuando lo que parece estar en juego es la identidad, en caso de quedar excluido de un proyecto o del circuito laboral, el trabajo es reconstruir esa identidad que creemos perdida. Lo mismo ocurre cuando la identidad está ligada a otra persona, que se va o fallece. Más allá de los recursos y las herramientas de cada uno, el desafío es poder transformar el suceso y tomar contacto con lo que irremediablemente nace después de la muerte o la pérdida: otro camino, otra posibilidad, otras experiencias".
"Hay personas con mayor inclinación a los cambios que otras -advierte López Blanco-; hay personas más o menos creativas, con inteligencia práctica, emocional o relacional, más o menos desarrolladas. Además de las estructuras de personalidad, todo depende de las experiencias de pérdidas que cada uno haya tenido que atravesar, del aprendizaje que haya extraído de esa experiencia y de su capacidad de afrontamiento. Lo importante es tomar conciencia de la finitud de todo en la vida. Al aceptar este hecho hemos dado el primer paso para avanzar en la dirección del logro."
LA MUERTE UN CAPITULO APARTE
"En el duelo por la muerte de un ser querido, el dolor es mucho más profundo e inevitable. Cuanto mayor sea el amor experimentado hacia la persona fallecida, más grande y profunda será la pena, pero no hay que olvidar que la muerte es lo esperable en todos los casos.
"Tener conciencia de la finitud y de lo precario de la existencia puede ayudarnos a valorar más la vida, a disfrutar más del presente y los vínculos, y a estar más preparado para la muerte propia y la ajena", subraya la terapeuta Alicia López Blanco, quien cita a Sigmund Freud, cuando en su artículo Duelo y melancolía dice que "el papel del duelo consiste en recuperar la energía emotiva invertida en el objeto perdido para reinvertirla en nuevos apegos".
La elaboración sana de las muertes depende de muchos factores: el significado de la pérdida, el tipo de sentimientos que genera, los recursos personales de afrontamiento, la red social de apoyo, el entrenamiento basado en experiencias anteriores de pérdida o separación y los recursos espirituales (valores, creencias, apertura a lo trascendente).
La doctora en Psicología Laura Yoffe habla en su investigación sobre Los efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamiento de duelos del fenómeno del afrontamiento religioso, haciendo alusión a que "los credos estimulan la superación de las pérdidas de seres queridos por medio de la fe, la plegaria, la meditación, los rituales, las creencias sobre la vida y la muerte, buscando ayudar a los que sufren a superar su malestar y aumentar los sentimientos positivos y el bienestar psicológico, afectivo y espiritual".
La espiritualidad y las creencias son ejes fundamentales en el trabajo del área de cuidados paliativos, en los que trabajan quienes preparan a los ancianos y enfermos para un buen morir y acompañan a los familiares sumidos en el dolor.
"Los duelos por pérdida se convierten en crónicos o patológicos cuando sentimos que quien ya no está se ha llevado una parte nuestra, nos ha escindido de alguna manera -explica López Blanco-. En ese caso no podemos discriminar lo propio de lo ajeno, y somos nosotros los que hemos perdido la conexión con nuestro propio ser."
Si bien suele dársele el mismo significado, en este contexto, es conveniente distinguir duelo y luto.
Ambos hacen referencia a las reacciones psicológicas que pueden tener quienes transitan la instancia de una pérdida significativa, pero así como el duelo es el sentimiento subjetivo, la experiencia personal del dolor que provoca la muerte es el luto hace referencia al proceso, al tiempo en el que se resuelve el duelo".
Estrategias
LA ACEPTACION ES CLAVE
"Siempre resultará más o menos sencillo "soltar" la experiencia y decir adiós según la importancia o el grado de afectividad que le asignemos a la pérdida, así como de los recursos que podamos desplegar en el camino necesario e inevitable del duelo.
Ante todo, afrontar el ejercicio de la aceptación, que nada se parece al acto de resignarse. Aceptar, aunque resulte paradójico para algunos, es adoptar una actitud activa y positiva frente a lo que parece una dificultad, un trauma o un callejón emocional sin salida. Resulta esencial poder aceptar que esto (lo que sea) es posible que pase, que de hecho ha ocurrido u ocurrirá, que puede provocar mucho dolor y que es necesario sentirlo para resignificarlo. Aceptar la pérdida y el dolor para dejar de juzgar y culpar a todos los cielos por lo ocurrido. El juicio es el origen del enojo y el enojo nos enquista en la parálisis de la violencia.
Aceptar es identificar, hacerse cargo, entender que es muy probable que -en ese momento- no tengamos la posibilidad de cambiar la realidad. Lo que pasa aquí y ahora no significa que no pueda modificarse mañana o en un futuro. Seguramente lo lograremos cuando podamos aceptarlo.
Resignarse, en cambio, es la desesperanza. Resignar es la mismísima negación, la inactividad. Es bajar los brazos, es resistirse a lo que pasa. Cuando nos escapamos del dolor, la bronca, la impotencia y la insatisfacción persisten y evolucionan. Cuando no aceptamos, al dolor le agregamos sufrimiento. Y en este escenario no sólo no hay posibilidad de cambio, sino que todo se torna más oscuro o lejano.
Si no acepto, me resigno. Y si me resigno, entrego mi vida a la indiferencia.
En su libro La salud emocional (Paidós, 2010), la psicóloga Alicia López Blanco sabe enunciar con precisión los pasos que podemos seguir para despertar esta capacidad que todos tenemos para elaborar las pérdidas:
Pedir ayuda: abrirse a compartir el sentimiento con aquellos que pueden contenernos y acompañarnos.
Hablar del tema: alivia enormemente narrar cómo han sido las cosas y describir los sentimientos, eligiendo interlocutores que puedan proporcionar una escucha activa y que se interesen sinceramente por lo que nos pasa. Puede escogerse a alguien del entorno cercano que pueda ser capaz de contener nuestra tristeza o solicitar ayuda terapéutica o religiosa, según la ideología o creencia de cada uno.
Abrirse al contacto físico: buscar la proximidad, la caricia o el abrazo de los seres queridos.
Respetar momentos de recogimiento: tratando de transitar con conciencia la experiencia emocional. Aunque en ese momento se tenga la impresión de que el dolor no va a tener fin, siempre lo tiene. El silencio y la soledad pueden ser beneficiosos si se encuentran en equilibrio con la compañía y el habla.
Llorar: dejar fluir el llanto tiene un efecto enormemente benéfico: promueve la relajación y la tranquilidad de espíritu, ayuda a drenar el dolor y a despedirse.
Agradecer, perdonar y perdonarse: es de gran ayuda, en el caso de cualquier tipo de pérdida, reconocer y agradecer lo bueno vivido con esa persona, actividad, objeto, casa, trabajo, amistad, ciudad, país, o lo que sea que ya no esté en nuestras vidas y extrañemos. También tratar de cerrar o sanar temas inconclusos mediante rituales: escribir (sólo para uno mismo) cartas de reparación, o realizar algún tipo de ceremonia de perdón o aceptación que tenga sentido para cada uno".
El autor es Eduardo Chaktoura
Imagen de Alma Larroca
http://blogs.lanacion.com.ar/bienvividos-calidad-de-vida/
"Apenas unas pocas historias alcanzan para ilustrar la tristeza, la angustia y el dolor que implican los adioses. No conviene ser prisionero del pasado. Todos tenemos la posibilidad de sortear el dolor y convertirlo en algo que nos permita conectar con la vida de aquí y ahora. "Todos los días, en todo momento, ponemos en acto nuestra capacidad para decir adiós. Todos los seres humanos estamos entrenados para las pérdidas, sólo nos falta tomar contacto con esta sabiduría", sostiene la psicóloga Alicia López Blanco.
Esta parece ser la forma más clara y positiva de entender el duelo, ante todo, como una potencialidad. Así como poseemos resiliencia (la capacidad de superar y revertir las situaciones más traumáticas), todos tenemos, con más o menos recursos, la capacidad de atravesar el dolor que provocan las pérdidas. "Es necesario entender que el duelo por pérdidas es un proceso adaptativo esperable -explica el doctor Oscar Boullosa, médico psiquiatra-. Estar en duelo no es estar enfermo. El duelo se convierte en enfermedad cuando no se logra superar el dolor y hay que intervenir por medio de un tratamiento que suele requerir de fármacos y psicoterapia."
Estos dos conceptos -el duelo como potencialidad y el duelo como respuesta necesaria y adaptativa- son fundamentales para entender la importancia que tiene atravesar las situaciones de pérdida. Es necesario y saludable llorar, extrañar, aceptar, soltar, superar, transformar, seguir adelante. Y si no se puede, saber que siempre hay quien pueda brindarnos ayuda o acompañarnos en el camino de las sanas despedidas.
Desde ya que no es lo mismo decir adiós en cualquier situación de pérdida. Todo depende, claro está, del compromiso afectivo que tengamos con lo que hemos perdido, así como del deseo y la fuerza que podamos poner en juego para elaborar la pérdida.
Si hiciéramos un listado de situaciones dolorosas, al principio seguramente pondríamos la muerte y, a pocos pasos, la enfermedad, por su reminiscencia directa con la posibilidad de perder la salud y la vida. Muy en nuestro interior seguimos soñando con ser inmortales e invencibles, pero sabemos que, a nuestro pesar, todo y todos tenemos reservado un comienzo y un final.
Poder decir adiós también tiene que ver con otras cuestiones: una separación o un divorcio, una discusión sin retorno, una mudanza, el exilio, el despido, la renuncia o el retiro de la vida laboral, atravesar cualquier etapa o ciclo vital (la niñez, la adolescencia, ser adulto, envejecer). Salvando las distancias, una película, un libro, una canción, un plato de comida, una taza de café., también tienen un final, muchas veces, incluso, inesperado o amargo.
La lista seguramente continúa. Cada uno podrá sumar o calificar experiencias traumáticas, acorde con sus expectativas, posibilidades y estructura de personalidad. "En todos los casos, sencillos o complejos, cotidianos o inesperados, está implícita una muerte interior. Decir adiós -subraya Alicia López Blanco- implica despedirse de lo que fue y ya no volverá a ser."
En muchos casos, no sólo se trata de aceptar el adiós sino de resignificar la mirada sobre el cierre de una etapa.
Muchas veces, no sólo es el hecho o la figura de la pérdida en sí misma lo que impide o posterga la superación o la transformación del dolor. Lo que ocurre es que nos duele el alma por la valoración real de lo que se pone en juego en la pérdida. Es decir, toda separación es dolorosa; pero, más allá de la ausencia, de ahora en más estará la pérdida de todo lo que pusimos o creímos haber esperado y ofrecido en esa relación.
"La tristeza -señala López Blanco- aparece, inevitablemente, ante las pérdidas, y desaparece cuando logramos hacer el duelo. Si podemos separarnos de aquello que perdimos, podremos despedirnos de lo que ya no es ni será, y continuar siendo, esencialmente, nosotros mismos."
"El tiempo de los duelos depende de la capacidad que cada persona tiene de desapegarse y de la carga emocional adjudicada a la pérdida de la que se trate", explica López Blanco. Y agrega: "Cuando lo que parece estar en juego es la identidad, en caso de quedar excluido de un proyecto o del circuito laboral, el trabajo es reconstruir esa identidad que creemos perdida. Lo mismo ocurre cuando la identidad está ligada a otra persona, que se va o fallece. Más allá de los recursos y las herramientas de cada uno, el desafío es poder transformar el suceso y tomar contacto con lo que irremediablemente nace después de la muerte o la pérdida: otro camino, otra posibilidad, otras experiencias".
"Hay personas con mayor inclinación a los cambios que otras -advierte López Blanco-; hay personas más o menos creativas, con inteligencia práctica, emocional o relacional, más o menos desarrolladas. Además de las estructuras de personalidad, todo depende de las experiencias de pérdidas que cada uno haya tenido que atravesar, del aprendizaje que haya extraído de esa experiencia y de su capacidad de afrontamiento. Lo importante es tomar conciencia de la finitud de todo en la vida. Al aceptar este hecho hemos dado el primer paso para avanzar en la dirección del logro."
LA MUERTE UN CAPITULO APARTE
"En el duelo por la muerte de un ser querido, el dolor es mucho más profundo e inevitable. Cuanto mayor sea el amor experimentado hacia la persona fallecida, más grande y profunda será la pena, pero no hay que olvidar que la muerte es lo esperable en todos los casos.
"Tener conciencia de la finitud y de lo precario de la existencia puede ayudarnos a valorar más la vida, a disfrutar más del presente y los vínculos, y a estar más preparado para la muerte propia y la ajena", subraya la terapeuta Alicia López Blanco, quien cita a Sigmund Freud, cuando en su artículo Duelo y melancolía dice que "el papel del duelo consiste en recuperar la energía emotiva invertida en el objeto perdido para reinvertirla en nuevos apegos".
La elaboración sana de las muertes depende de muchos factores: el significado de la pérdida, el tipo de sentimientos que genera, los recursos personales de afrontamiento, la red social de apoyo, el entrenamiento basado en experiencias anteriores de pérdida o separación y los recursos espirituales (valores, creencias, apertura a lo trascendente).
La doctora en Psicología Laura Yoffe habla en su investigación sobre Los efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamiento de duelos del fenómeno del afrontamiento religioso, haciendo alusión a que "los credos estimulan la superación de las pérdidas de seres queridos por medio de la fe, la plegaria, la meditación, los rituales, las creencias sobre la vida y la muerte, buscando ayudar a los que sufren a superar su malestar y aumentar los sentimientos positivos y el bienestar psicológico, afectivo y espiritual".
La espiritualidad y las creencias son ejes fundamentales en el trabajo del área de cuidados paliativos, en los que trabajan quienes preparan a los ancianos y enfermos para un buen morir y acompañan a los familiares sumidos en el dolor.
"Los duelos por pérdida se convierten en crónicos o patológicos cuando sentimos que quien ya no está se ha llevado una parte nuestra, nos ha escindido de alguna manera -explica López Blanco-. En ese caso no podemos discriminar lo propio de lo ajeno, y somos nosotros los que hemos perdido la conexión con nuestro propio ser."
Si bien suele dársele el mismo significado, en este contexto, es conveniente distinguir duelo y luto.
Ambos hacen referencia a las reacciones psicológicas que pueden tener quienes transitan la instancia de una pérdida significativa, pero así como el duelo es el sentimiento subjetivo, la experiencia personal del dolor que provoca la muerte es el luto hace referencia al proceso, al tiempo en el que se resuelve el duelo".
Estrategias
LA ACEPTACION ES CLAVE
"Siempre resultará más o menos sencillo "soltar" la experiencia y decir adiós según la importancia o el grado de afectividad que le asignemos a la pérdida, así como de los recursos que podamos desplegar en el camino necesario e inevitable del duelo.
Ante todo, afrontar el ejercicio de la aceptación, que nada se parece al acto de resignarse. Aceptar, aunque resulte paradójico para algunos, es adoptar una actitud activa y positiva frente a lo que parece una dificultad, un trauma o un callejón emocional sin salida. Resulta esencial poder aceptar que esto (lo que sea) es posible que pase, que de hecho ha ocurrido u ocurrirá, que puede provocar mucho dolor y que es necesario sentirlo para resignificarlo. Aceptar la pérdida y el dolor para dejar de juzgar y culpar a todos los cielos por lo ocurrido. El juicio es el origen del enojo y el enojo nos enquista en la parálisis de la violencia.
Aceptar es identificar, hacerse cargo, entender que es muy probable que -en ese momento- no tengamos la posibilidad de cambiar la realidad. Lo que pasa aquí y ahora no significa que no pueda modificarse mañana o en un futuro. Seguramente lo lograremos cuando podamos aceptarlo.
Resignarse, en cambio, es la desesperanza. Resignar es la mismísima negación, la inactividad. Es bajar los brazos, es resistirse a lo que pasa. Cuando nos escapamos del dolor, la bronca, la impotencia y la insatisfacción persisten y evolucionan. Cuando no aceptamos, al dolor le agregamos sufrimiento. Y en este escenario no sólo no hay posibilidad de cambio, sino que todo se torna más oscuro o lejano.
Si no acepto, me resigno. Y si me resigno, entrego mi vida a la indiferencia.
En su libro La salud emocional (Paidós, 2010), la psicóloga Alicia López Blanco sabe enunciar con precisión los pasos que podemos seguir para despertar esta capacidad que todos tenemos para elaborar las pérdidas:
Pedir ayuda: abrirse a compartir el sentimiento con aquellos que pueden contenernos y acompañarnos.
Hablar del tema: alivia enormemente narrar cómo han sido las cosas y describir los sentimientos, eligiendo interlocutores que puedan proporcionar una escucha activa y que se interesen sinceramente por lo que nos pasa. Puede escogerse a alguien del entorno cercano que pueda ser capaz de contener nuestra tristeza o solicitar ayuda terapéutica o religiosa, según la ideología o creencia de cada uno.
Abrirse al contacto físico: buscar la proximidad, la caricia o el abrazo de los seres queridos.
Respetar momentos de recogimiento: tratando de transitar con conciencia la experiencia emocional. Aunque en ese momento se tenga la impresión de que el dolor no va a tener fin, siempre lo tiene. El silencio y la soledad pueden ser beneficiosos si se encuentran en equilibrio con la compañía y el habla.
Llorar: dejar fluir el llanto tiene un efecto enormemente benéfico: promueve la relajación y la tranquilidad de espíritu, ayuda a drenar el dolor y a despedirse.
Agradecer, perdonar y perdonarse: es de gran ayuda, en el caso de cualquier tipo de pérdida, reconocer y agradecer lo bueno vivido con esa persona, actividad, objeto, casa, trabajo, amistad, ciudad, país, o lo que sea que ya no esté en nuestras vidas y extrañemos. También tratar de cerrar o sanar temas inconclusos mediante rituales: escribir (sólo para uno mismo) cartas de reparación, o realizar algún tipo de ceremonia de perdón o aceptación que tenga sentido para cada uno".
El autor es Eduardo Chaktoura
Imagen de Alma Larroca
http://blogs.lanacion.com.ar/bienvividos-calidad-de-vida/
18 comentarios:
Abrazos enormes Carmen.
mucha fuerza y un abrazo de oso
Lo siento mucho Carmen, fuerza.
Un abrazo.
Carmen, en momentos así cuesta encontrar las palabras, te deseo lo mejor para vos y familia.
Carmen, un abrazo muy fuerte para ti y los tuyos.
Gracias Graciela, fueron 2 años muy duros y estos últimos 49 días de terapia terminaron por arrasar con nosotras. Estoy bien, algo cansada, trataré de descansar unos días.Un abrazo también
Muchas gracias Eugenia, acepto encantada tu abrazo. Un beso
Laura, se siente pena y a la vez alivio, esto fue demasiado para él. Gracias
Gracias por pasar a saludar Mariela y cariños a esa belleza. Un abrazo
Gracias por tus deseos Ana, siempre tan cerca acompañándome. Cariños
Sarah, mil gracias y te deseo lo mejor también. Abrazos
Un fuerte abrazo Carmen y cariños para tu familia.
Carmen perdón por mi retraso, pues acabo de enterarme de esa triste aunque supongo esperada y aceptada noticia.
Aunque la partida de un ser tan querido como un padre es muy difícil de asumir, supongo que como pronosticas era quizás lo ínevitable e incluso lógico para que él pudiera descansar y a la postre, vosotros en tan duras condiciones. Mis condolencias y pésame por esa partida, aunque supongo que él, esté donde esté os ayudará a recordarlo y a avanzar en ese dolor cercano, que luego dará paso a un sentimiento de calma y cariño por quien jamás se irá del todo. Un abrazo para tí y toda tu familia
Karina, hola y gracias, como ves estos días casi no entro al blog, estamos en familia muy juntos apoyándonos.Un abrazo
Tranquilo Manuel, como ves también contesto con retraso. Así es, triste y esperada noticia aunque no por eso menos difísil, por las circunstancias en que se dió.Como siempre hermosas tus palabras y muy reconfortantes. Acepto tu abrazo y lo haré extensivo a mi familia. Otro grande para vos. Carmen
Amiga que más puedo decirte, paso a saludarte y desearte cariños para tu familia.Besos
Gracias Silvi por tu cariño y acompañarnos como lo hiciste en este momento. Abrazos
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