"Comenzaré recordando un día cualquiera,
en el que fui a una plaza de juegos con el único objetivo de observar
qué hacían los niños. Había niños de diferentes edades, desde bebés en
sus cochecitos hasta niños de entre siete y nueve años. La mayoría se
movía mucho, es decir, corrían, se columpiaban, se tiraban por el
resbalín, algunos jugaban a “marearse”;otros, los más grandecitos,
hacían secuencias poniéndose desafíos: saltaban entre obstáculos, se
colgaban de barras trasladándose a través de ellas y luego pasaban a
otro juego sin tocar el suelo. Un pequeñito, sentado en el suelo,
llenaba una botella con tierra o se erguía lanzando tierra a otros
niños. Otro no compartía su
pelota, entonces los demás lo empujaban. Casi todos reían o hablaban
mucho subiendo el tono de la voz. Algunos seguían a otros,imitándolos en
las diferentes actividades y claramente, se veían diferencias en
relación a sus destrezas motoras y a su capacidad de iniciar o de crear
juegos; sin embargo, casi todos jugaban y era evidente que lo estaban
pasando bien, que eran felices. Digo casi todos, pues había uno que no
quería subirse al columpio y a pesar de que su madre lo animaba, él se
negaba llorando.
Y bien, filmé ese día, pues era
simplemente maravilloso observar a estos niños jugando, ver toda su
capacidad motriz y su expresión socio emocional desplegadas en esa
plaza. Lo que yo veía era lo físico, lo motor, pero paralelamente iba
haciendo una lectura “sensorial” y es eso lo que más me interesa dejar
registrado en este artículo, pues cuando podemos leer, interpretar lo
que hacen nuestros niños a través del “lente sensorial”, se nos enciende
una luz que nos permite ver lo invisible y así encontrar la respuesta a
muchas interrogantes.
CINCO SENTIDOS Y ALGO MÁS…
Aquellos niños de la plaza, mediante el
juego, una actividad esencial en la infancia, “nutrían” su sistema
nervioso a través de una variedad de sensaciones recibidas gracias a los
sistemas sensoriales.
Aunque
no siempre estamos conscientes de ello, nuestra interacción con el
ambiente está mediada por nuestros sentidos. Sin la información de éstos
nuestra adaptación sería imposible. Los sentidos reciben información
tanto del medio externo como interno y nos la entregan mediante procesos
que ocurren dentro del sistema nervioso, a un nivel no consciente. En
cada acción que llevamos a cabo, como agacharnos a recoger algo,
masticar chicle o acariciar a un gato, está involucrado un sistema
sensorial y por lo tanto, una sensación. Todos conocemos los cinco
sistemas clásicos: vista, tacto, olfato, gusto y oído y hemos logrado
cierta familiaridad con ellos; sin embargo, hay otros sentidos que no
nos resultan tan fáciles de percibir y que sin embargo, son
fundamentales en el desarrollo motor, emocional, social y en el
aprendizaje, por lo tanto, esenciales para desenvolvernos en la vida
diaria.
Estos son: El sistema vestibular, que
procesa información acerca del movimiento, cambios en relación a la
gravedad y equilibrio y cuyos principales receptores se encuentran
ubicados en el oído interno.
El sistema propioceptivo, que procesa
información acerca de la posición y movimiento de las partes de nuestro
cuerpo así como de la relación entre ellas. Esto lo hace a través de
receptores ubicados en los tendones, músculos y articulaciones. Estos
sistemas empiezan a funcionar muy tempranamente en la vida, incluso
antes del nacimiento y a medida que se desarrollan van estableciendo
íntimas conexiones entre sí. Si bien existen investigaciones y estudios
sobre la integración sensorial en los sistemas más clásicos, en este
artículo me centraré en los tres más importantes dentro de la teoría de
Integración Sensorial: vestibular, propioceptivo y tactil.
INTEGRACIÓN SENSORIAL
Volvamos a la plaza de juegos… Mediante
las diversas actividades que los niños realizan, van recibiendo
múltiples sensaciones, entre ellas, de movimiento es decir, vestibulares
(columpiarse, tirarse por el resbalín, girar sobre sí mismo, saltar),
de fuerza y resistencia física, es decir, propioceptivas (colgarse de
barras, empujar a otros, correr, sostenerse de una cuerda) y tactiles
(tirar tierra, echarla en una botella, tocar a otros, palpar diferentes
texturas). Estas sensaciones viajan desde el receptor periférico hacia
el sistema nervioso central donde son procesadas y organizadas mediante
el establecimiento de múltiples conexiones entre estructuras
subcorticales y corticales.
Cuando el cerebro procesa
eficientemente la información sensorial, esto se traduce en adecuadas
respuestas frente al medio. Quiere decir entonces que nuestro cerebro ha
modulado adecuadamente la información sensorial. Llamamos modulación a
la habilidad de filtrar la información sensorial de llegada, de modo de
ignorar los estímulos irrelevantes y focalizarse en estímulos más
pertinentes. La modulación de la información sensorial es clave para
lograr una adecuada capacidad de atención y por ende, para actuar con
propósito y de manera adaptativa según las demandas del medio. La Dra.
A. Jean Ayres, terapeuta ocupacional creadora de la teoría y práctica de
la integración sensorial, quien comenzó sus investigaciones en la
década de los sesenta, la definió como “la organización e interpretación
de la información sensorial para su uso en la vida diaria, reflejándose
en una conducta motora adaptativa y patrones de aprendizaje y conducta
adecuados”.
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