Este artículo, lo escribió Alejandro Rozitchner, filósofo entre otras cosas, si bien no estoy de acuerdo con el título ni completamente con el contenido, al que justamente podríamos agregarle mucho más. Es por eso que lo comparto, con el deseo de que nos hagamos también la pregunta. Puede llegar a ser un excelente ejercicio de reflexión para llegar a respuestas verdaderamente profundas. Entonces, veamos : ¿para qué sirven los hijos?
"Como todo el mundo sabe, a los filósofos nos pasa de no entender las cosas más elementales. De esa posición de relativa imbecilidad (que se ha gustado denominar "asombro" para darle un tinte más benigno) derivan las preguntas que nos hacemos, básicas, a veces excesivamente elementales. Responder es otro precio, y ahí el filósofo se pone más artista o literato, acepta aun más sus limitaciones pero también las disfruta, y procede a decir lo que le viene a la cabeza, con el riesgo de que muchos de sus oyentes o lectores pasen al acto y le digan cosas desagradables que pongan en evidencia su patología.
Fui a comprar café y galletitas y me apareció la pregunta ¿para qué son los hijos? En realidad es para mí una vieja cuestión, abierta mucho antes de que la experiencia de la paternidad llegara a mi vida. Antes de querer tener hijos interrogaba a la existencia tratando de entender qué hacía que una persona quisiese procrear, tener descendencia. No me parecía mal, claro, pero no lo entendía. Un amigo me aclaró el tema, otro filósofo, cuando me dijo, un día: "tener hijos es una experiencia afectiva". Ah, dije o sentí yo, claro, es eso.
Como ahora soy grande y tengo tres hijos sé mucho más de qué se trata y se me ocurren variadas respuestas que quiero compartir con uds, hijos lectores, padres lectores, porque a veces me parece que el desconocimiento es general:
Los hijos son para hacer fotos y videos. Uno se vuelve un cholulo extremo, como si estuviese en presencia de la más notable estrella de Hollywood o como si el nene fuera George Harrison. Queremos retener cada segundo, duplicar el placer de tenerlos haciendo copias perfectas, acumular infinitamente sus momentos. Disfrutamos de su presencia y paladeamos su ausencia, mirando esas imágenes que nos hacen muchas veces más conscientes aun de la maravilla de su ser.
Los hijos son, sí, para quererlos, y así, también, para que la capacidad de querer se haga más grande. Desde que fui padre tengo la sensación de que el fondo de la existencia es más cálido, que está acolchonado, y tengo menos motivos para asomarme a visiones del mundo angustiadas y descorazonadoras. Esa capacidad de querer incrementada se vuelca también sobre las demás realidades, da sentido a muchos proyectos personales e incentiva la producción de ganas en otros variados campos de posibilidad. Los hijos decantan como un poder personal incrementado.
Los hijos son para asomarse a la muerte. Uno entiende más cómo es la vida. Ese que llega pone en evidencia el sistema de aparición en el mundo de la forma más patente que pueda darse, y por ende da a entender también que la natural culminación del proceso está en el horizonte. Y que uno está más cerca de ella, ahora que es grande y fue capaz de ser padre. (Sí, no toda paternidad, o maternidad, es garantía de adultez, pero no puede negarse que implica un incentivo notable hacia la maduración). Así, podemos decir que los hijos son también para aprender a morir, para sentir incluso que la desaparición personal ya no es tan grave como parecía antes, porque la realidad que continúa tras nuestra aniquilación futura nos parece ahora más valiosa y consistente.
Tener hijos es para relativizarse, para ponerse un poco entre paréntesis, para suavizar el arrasador narcisismo que nos hace estar extasiados frente a nosotros mismos preguntándonos constantemente acerca de nuestro sentido y nuestro valor, muchas veces quietos y cautos ante las respuestas posibles, en vez de tomar el más valioso camino de la expresión y el riesgo. Los nenes te dicen: ¿podés dejar de estar tan pendiente de vos mismo y prepararme una lechita chocolatada? Los hijos nos echan al mundo, al mundo en el que están como protagonistas centrales de la película en la que ahora hemos pasado a ser actores de reparto. Paradójicamente, este rol secundario resulta en muchos sentidos liberador, y abre a una experiencia más plena.
Los hijos sirven también para conectarse y participar de la creación de un mundo nuevo, en el que ellos están ubicados por mera vibración sensorial, y al que nosotros accedemos -si nos abrimos a él- gracias a ser sus parientes. La cultura cambia todo el tiempo, ahí radica su vitalidad y su sentido. Ellos están surfeando esa ola desde otra posición, y acercar la nuestra a la de ellos permite tener una visión más grande del movimiento y lograr una participación más abierta.
Los hijos sirven para entender a los padres propios, y perdonarlos, o todo lo contrario. Sí, puede darse el: ahora entiendo a mamá o a papá, pobres, el despelote que trajimos a sus vidas. Pero también se da el: ¿cómo?, ¿les había nacido un hijo -yo- y ellos estaban encandilados con esas boludeces que estaban viviendo, en vez de dedicarse a quererme plenamente?
Los hijos sirven para captar el sentido de la vida. El sentido de la vida es el crecimiento, el desarrollo, el avance. Todo ser viviente está viviendo su despliegue, o padeciendo la imposibilidad de vivirlo. Sí, incluso los muy mayores crecen, a su modo, y de formas que los no tan mayores a veces no podemos entender. Los hijos son explosiones, desarrollos veloces, big bangs existenciales, y cualquiera que esté cerca de un nene o de una nena queda capturado por su onda expansiva.
Y una más: los hijos sirven para entender también el sentido de la política. ¿Para qué meterse en el berenjenal? Para aportar a la construcción de una realidad en la que ellos encuentren el eco necesario, para desactivar la indiferencia y producir lo que es necesario producir. La política deja de ser la banal novela del poder para evidenciar su trasfondo necesario, su utilidad y su valor.
Ninguna de estas cosas implica el sacrificio o la autopostergación. Incluso cuando un padre, o una madre, siente que recorta sus posibilidades, lo que hace en verdad es reordenarse, ganar en profundidad, en densidad, en sentido. Tener hijos es la cosa más increíble del mundo".
"Como todo el mundo sabe, a los filósofos nos pasa de no entender las cosas más elementales. De esa posición de relativa imbecilidad (que se ha gustado denominar "asombro" para darle un tinte más benigno) derivan las preguntas que nos hacemos, básicas, a veces excesivamente elementales. Responder es otro precio, y ahí el filósofo se pone más artista o literato, acepta aun más sus limitaciones pero también las disfruta, y procede a decir lo que le viene a la cabeza, con el riesgo de que muchos de sus oyentes o lectores pasen al acto y le digan cosas desagradables que pongan en evidencia su patología.
Fui a comprar café y galletitas y me apareció la pregunta ¿para qué son los hijos? En realidad es para mí una vieja cuestión, abierta mucho antes de que la experiencia de la paternidad llegara a mi vida. Antes de querer tener hijos interrogaba a la existencia tratando de entender qué hacía que una persona quisiese procrear, tener descendencia. No me parecía mal, claro, pero no lo entendía. Un amigo me aclaró el tema, otro filósofo, cuando me dijo, un día: "tener hijos es una experiencia afectiva". Ah, dije o sentí yo, claro, es eso.
Como ahora soy grande y tengo tres hijos sé mucho más de qué se trata y se me ocurren variadas respuestas que quiero compartir con uds, hijos lectores, padres lectores, porque a veces me parece que el desconocimiento es general:
Los hijos son para hacer fotos y videos. Uno se vuelve un cholulo extremo, como si estuviese en presencia de la más notable estrella de Hollywood o como si el nene fuera George Harrison. Queremos retener cada segundo, duplicar el placer de tenerlos haciendo copias perfectas, acumular infinitamente sus momentos. Disfrutamos de su presencia y paladeamos su ausencia, mirando esas imágenes que nos hacen muchas veces más conscientes aun de la maravilla de su ser.
Los hijos son, sí, para quererlos, y así, también, para que la capacidad de querer se haga más grande. Desde que fui padre tengo la sensación de que el fondo de la existencia es más cálido, que está acolchonado, y tengo menos motivos para asomarme a visiones del mundo angustiadas y descorazonadoras. Esa capacidad de querer incrementada se vuelca también sobre las demás realidades, da sentido a muchos proyectos personales e incentiva la producción de ganas en otros variados campos de posibilidad. Los hijos decantan como un poder personal incrementado.
Los hijos son para asomarse a la muerte. Uno entiende más cómo es la vida. Ese que llega pone en evidencia el sistema de aparición en el mundo de la forma más patente que pueda darse, y por ende da a entender también que la natural culminación del proceso está en el horizonte. Y que uno está más cerca de ella, ahora que es grande y fue capaz de ser padre. (Sí, no toda paternidad, o maternidad, es garantía de adultez, pero no puede negarse que implica un incentivo notable hacia la maduración). Así, podemos decir que los hijos son también para aprender a morir, para sentir incluso que la desaparición personal ya no es tan grave como parecía antes, porque la realidad que continúa tras nuestra aniquilación futura nos parece ahora más valiosa y consistente.
Tener hijos es para relativizarse, para ponerse un poco entre paréntesis, para suavizar el arrasador narcisismo que nos hace estar extasiados frente a nosotros mismos preguntándonos constantemente acerca de nuestro sentido y nuestro valor, muchas veces quietos y cautos ante las respuestas posibles, en vez de tomar el más valioso camino de la expresión y el riesgo. Los nenes te dicen: ¿podés dejar de estar tan pendiente de vos mismo y prepararme una lechita chocolatada? Los hijos nos echan al mundo, al mundo en el que están como protagonistas centrales de la película en la que ahora hemos pasado a ser actores de reparto. Paradójicamente, este rol secundario resulta en muchos sentidos liberador, y abre a una experiencia más plena.
Los hijos sirven también para conectarse y participar de la creación de un mundo nuevo, en el que ellos están ubicados por mera vibración sensorial, y al que nosotros accedemos -si nos abrimos a él- gracias a ser sus parientes. La cultura cambia todo el tiempo, ahí radica su vitalidad y su sentido. Ellos están surfeando esa ola desde otra posición, y acercar la nuestra a la de ellos permite tener una visión más grande del movimiento y lograr una participación más abierta.
Los hijos sirven para entender a los padres propios, y perdonarlos, o todo lo contrario. Sí, puede darse el: ahora entiendo a mamá o a papá, pobres, el despelote que trajimos a sus vidas. Pero también se da el: ¿cómo?, ¿les había nacido un hijo -yo- y ellos estaban encandilados con esas boludeces que estaban viviendo, en vez de dedicarse a quererme plenamente?
Los hijos sirven para captar el sentido de la vida. El sentido de la vida es el crecimiento, el desarrollo, el avance. Todo ser viviente está viviendo su despliegue, o padeciendo la imposibilidad de vivirlo. Sí, incluso los muy mayores crecen, a su modo, y de formas que los no tan mayores a veces no podemos entender. Los hijos son explosiones, desarrollos veloces, big bangs existenciales, y cualquiera que esté cerca de un nene o de una nena queda capturado por su onda expansiva.
Y una más: los hijos sirven para entender también el sentido de la política. ¿Para qué meterse en el berenjenal? Para aportar a la construcción de una realidad en la que ellos encuentren el eco necesario, para desactivar la indiferencia y producir lo que es necesario producir. La política deja de ser la banal novela del poder para evidenciar su trasfondo necesario, su utilidad y su valor.
Ninguna de estas cosas implica el sacrificio o la autopostergación. Incluso cuando un padre, o una madre, siente que recorta sus posibilidades, lo que hace en verdad es reordenarse, ganar en profundidad, en densidad, en sentido. Tener hijos es la cosa más increíble del mundo".
Fuente : lanacion.com
Imagen: Google
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9 comentarios:
Hola Carmen, tampoco me gustó el titulo.Los hijos no son una cosa, verdad? En mi caso mis hijos me ayudaron a madurar y pisar la tierra,realizarme como mujer,miles de cosas, todas buenas. Saludos
Holaaa, yo te cuento cuando tenga, jaja. No, en serio,lo único que sé, ahora que mi hermana fué mamá,que es la experiencia más maravillosa que le puede suceder a una mujer, te cambia la vida.Besitos
No conozco a éste señor.
El título qué feo!
Respondiendo a la pregunta, no sabría qué decir.
Una puede crecer, madurar, amar, realizarse sin tener hijos. Es muy loco decir que todas las mujeres deben ser madres, es una elección, en otras oportunidades muchas que lo desean no logran, vos me entiendes Carmen :)
Eso de la descendencia, es puro cuento.
Sí puedo decir, algunas cosas que voy aprendiendo junto a mis hijas, y las que me faltan!
También, de no haber podido tenerlas, hubiese estado esperando poder adoptar, no importando ni la edad ni sexo.
Besitos preciosa ♥
La verdad Karina que el título del artículo choca. Lo primero que pensamos al escucharlo es en la utilidad, ¿nos sirve o no nos sirve? Por supuesto que este artículo fue criticado, pero más allá de la semántica creo que algunos padres deberían hacerse esta pregunta sacándole la palabra sirve y cambiandola por valen.Es bueno preguntarse el valor de los hijos.Un abrazo. Carmen
Hola Silvita,sin dudarlo. Yo creo que igual sabemos responder esta pregunta las mujeres aún sin ser mamas, que pensas?. Me contas luego, y el sobrinito también te va a cambiar la vida a vos. Yo sé por que te digo.Cariños
Graciela,yo lo conocía en otra faceta,trabajó con Grondona en Hora clave y es escritor, además de "filósofo", muy controvertido y tiene un blog. Yo te entiendo perfecto, no es necesario tener hijos para realizarce y crecer, de ninguna manera. Habrá millones de respuestas a esta pregunta según las vivencias y experiencias de cada quien. Independiente al artículo, existen todo tipo de padres y entre ellos algunos que no valoran a sus hijos o los utilizan para volcar en ellos sentimientos negativos, frustraciones, rabia y demás. Eso me preocupa, ninguna pregunta solucionará esto. Abrazos
Me lo mandó mi suegra x mail, y solo el título me enojó, jaja. Asiq, no pude leerlo con objetividad.
Besotes!
Marina a más de uno/a nos pasó.Rodrigo no estaba de acuerdo que publique. A mi me entró la curiosidad; quien puede preguntarse algo en esos términos? Tal vez me dió por provocar como este Sr. que escribío, transgresor por lo que veo, pero con gran éxito. En su blog tiene casi 900 seguidores y trabaja en el gobierno,jaja Que tengas lindo día.
Snif snif!! es muy muy cierto Carmen y realmente cambia y si te cuento que ya empieza hacerlo, el otro dia por primera vez se quedo un dia completo conmigo, no sabes... increible la experiencia :)
Un abrazo enorme. Silvita
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