"A las mujeres nos sucede con frecuencia que, embarazadas por segunda vez, tenemos la sensación y el temor de que no podremos amar a un “otro” tan profundamente como amamos a nuestro hijo ya nacido. Es tal la potencia del amor, la vivencia completamente nueva desde que hemos devenido madres, que creemos que será irrepetible tamaña intensidad. Sin embargo, el corazón de las madres no se divide, sino que se multiplica con cada hijo que nace. Esto lo comprobamos recién cuando el segundo hijo ha nacido y el amor se instala con la naturalidad y el derroche de antaño. Una vez que hemos comprobado que no hay peligro, que podemos amar a dos hijos, luego a tres o a cuatro…desplazamos ese temor en nuestros propios hijos: suponemos que “ellos” no podrán amar a otro. Y que la presencia de un hermano, necesariamente será en detrimento de no sabemos bien qué, pero que será vivido como un hecho negativo para ellos.
A partir de ese momento, cualquier actitud molesta del niño, cualquier rabieta, llanto, enfermedad, mal humor, enfado, insatisfacción o inquietud, la interpretaremos desde el punto de vista del dolor o la incomodidad que supuestamente le ocasiona el hermano. Sin embargo, todos sabemos internamente que no hay nada más maravilloso que el nacimiento de un hermano, que es el ser más par, más cercano, más “hermanado” que tendremos a lo largo de la vida. Y si los padres decidimos tener más hijos para amarlos, lo lógico es compartir ese fin con nuestros hijos ya nacidos para ampliar y aumentar nuestro campo de amor.
La hermandad como experiencia concreta puede llegar a ser una de las vivencias más extraordinarias para un ser humano. Sin embargo tener hermanos no es garantía de que esos lazos de amor y proximidad emocional se instalen. Ni siquiera influye positivamente o negativamente que tengan poca diferencia de edad entre ellos o mucha, que sean del mismo sexo o que compartan habitación. La hermandad en su sentido profundo podrá desarrollarse siempre y cuando los padres sean capaces de atender las necesidades de unos y otros sin rotularlos, sin encerrar a cada hijo en un personaje determinado, sin considerar que uno es bueno y otro malo, uno inteligente y otro tonto, uno veloz y el otro lento. Esas afirmaciones aparentemente inocentes que los adultos perpetuamos durante la crianza de los niños, las utilizamos sin darnos cuenta para asegurarnos un rol estático para cada uno. Cuando un niño comprende que según sus padres es inteligente, o responsable o distraído o agresivo o terrible, intentará asumir ese papel a la perfección. Es decir, será el más terrible de todos o el más valiente de todos. Habitualmente cada hermano tendrá asignado un personaje para representar, alejándolo de ese modo de su propio ser esencial y también del ser esencial de cada uno de sus hermanos.
Por eso, nos corresponde a los padres estar atentos y observarlos limpiamente, en lugar de interpretar subjetivamente cómo creemos que son cada uno de ellos según nuestra perspectiva. Si insistimos en nombrar una y otra vez que tal es obsesivo, el otro es enfermo o el último es alegre, sólo lograremos provocar distanciamiento entre los hermanos, ya que se sentirán demasiado diferentes unos de otros. En cambio, si nos interesa ayudarlos a instalar la hermandad, será menester escuchar y comprender a cada hijo. Luego podremos traducir con palabras sencillas lo que hemos entendido acerca de ellos, acercando esos pensamientos al resto de nuestros hijos. De ese modo colaboraremos para que cada niño incorpore otros puntos de vista, otras vivencias y otros registros y pueda entonces amar a sus hermanos porque los ha comprendido.
La hermandad se instala entre los hermanos si los padres trabajan a favor de ella. La hermandad surge de la proximidad afectiva, del cariño, del deseo de ayudar, sostener, acompañar y nutrir. La hermandad se construye desde el día en que un niño ha nacido si los hermanos se saben imprescindibles para el recién nacido. Los niños mayores serán capaces de desviar sus intereses personales hacia el pequeño, sólo si sus necesidades básicas de protección, cuidados y mirada han sido satisfechas. Si el amor circula en la familia, cada nuevo miembro es una bendición, sin importar la diferencia de edad o las circunstancias familiares en las que se produce la aparición del niño. Nuestros hijos aprenderán a amar a sus hermanos si los incluimos en el mismo circuito de amor y dicha. Si demostramos la felicidad por la nueva presencia, si participamos todos en los cuidados del niño más pequeño, si respondemos a su vez a las demandas y necesidades específicas de los niños mayores y muy especialmente, si esos niños mayores están acostumbrados a ser mirados y escuchados genuinamente por sus padres. Es decir, las bondades de la hermandad podrán desplegarse dentro de una familia, si antes cada hijo se siente amado, importante a ojos de sus padres y especial.
Por el contrario, si los niños perciben sufrimiento, soledad, apatía o abandono emocional, el bebé recién nacido no logrará hacer crecer en sus hermanos la empatía ni el cariño. Ningún niño estará en condiciones de alimentar afectivamente a un hermano si está hambriento de cuidados, por más que sea mucho mayor en relación al pequeño o porque sus padres se lo demanden. De nada vale teorizar sobre el bien ni sermonear sobre lo que es correcto hacer, ya que cada niño podrá asumir espontáneamente el amor hacia los hermanos, sólo si realmente siente que el amor abunda a su alrededor. Y en todos los casos, somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de la nutrición amorosa.
Amar a los hermanos no es un tema menor. Cuando tenemos la dicha de vivir la experiencia de la hermandad dentro de casa, luego podemos trasladarla a los demás vínculos humanos y sentir que casi cualquier persona puede constituirse en un hermano del alma. Y si es nuestro hermano del alma, no dudaremos en dar la vida por él. Ese derroche de amor y generosidad brotará de nuestro corazón si la hemos aprendido en la sencillez de la infancia".
Artículo de Laura Gutman
Imagen: Hermanos, pintura de Alfonso Silió Olaizola
A partir de ese momento, cualquier actitud molesta del niño, cualquier rabieta, llanto, enfermedad, mal humor, enfado, insatisfacción o inquietud, la interpretaremos desde el punto de vista del dolor o la incomodidad que supuestamente le ocasiona el hermano. Sin embargo, todos sabemos internamente que no hay nada más maravilloso que el nacimiento de un hermano, que es el ser más par, más cercano, más “hermanado” que tendremos a lo largo de la vida. Y si los padres decidimos tener más hijos para amarlos, lo lógico es compartir ese fin con nuestros hijos ya nacidos para ampliar y aumentar nuestro campo de amor.
La hermandad como experiencia concreta puede llegar a ser una de las vivencias más extraordinarias para un ser humano. Sin embargo tener hermanos no es garantía de que esos lazos de amor y proximidad emocional se instalen. Ni siquiera influye positivamente o negativamente que tengan poca diferencia de edad entre ellos o mucha, que sean del mismo sexo o que compartan habitación. La hermandad en su sentido profundo podrá desarrollarse siempre y cuando los padres sean capaces de atender las necesidades de unos y otros sin rotularlos, sin encerrar a cada hijo en un personaje determinado, sin considerar que uno es bueno y otro malo, uno inteligente y otro tonto, uno veloz y el otro lento. Esas afirmaciones aparentemente inocentes que los adultos perpetuamos durante la crianza de los niños, las utilizamos sin darnos cuenta para asegurarnos un rol estático para cada uno. Cuando un niño comprende que según sus padres es inteligente, o responsable o distraído o agresivo o terrible, intentará asumir ese papel a la perfección. Es decir, será el más terrible de todos o el más valiente de todos. Habitualmente cada hermano tendrá asignado un personaje para representar, alejándolo de ese modo de su propio ser esencial y también del ser esencial de cada uno de sus hermanos.
Por eso, nos corresponde a los padres estar atentos y observarlos limpiamente, en lugar de interpretar subjetivamente cómo creemos que son cada uno de ellos según nuestra perspectiva. Si insistimos en nombrar una y otra vez que tal es obsesivo, el otro es enfermo o el último es alegre, sólo lograremos provocar distanciamiento entre los hermanos, ya que se sentirán demasiado diferentes unos de otros. En cambio, si nos interesa ayudarlos a instalar la hermandad, será menester escuchar y comprender a cada hijo. Luego podremos traducir con palabras sencillas lo que hemos entendido acerca de ellos, acercando esos pensamientos al resto de nuestros hijos. De ese modo colaboraremos para que cada niño incorpore otros puntos de vista, otras vivencias y otros registros y pueda entonces amar a sus hermanos porque los ha comprendido.
La hermandad se instala entre los hermanos si los padres trabajan a favor de ella. La hermandad surge de la proximidad afectiva, del cariño, del deseo de ayudar, sostener, acompañar y nutrir. La hermandad se construye desde el día en que un niño ha nacido si los hermanos se saben imprescindibles para el recién nacido. Los niños mayores serán capaces de desviar sus intereses personales hacia el pequeño, sólo si sus necesidades básicas de protección, cuidados y mirada han sido satisfechas. Si el amor circula en la familia, cada nuevo miembro es una bendición, sin importar la diferencia de edad o las circunstancias familiares en las que se produce la aparición del niño. Nuestros hijos aprenderán a amar a sus hermanos si los incluimos en el mismo circuito de amor y dicha. Si demostramos la felicidad por la nueva presencia, si participamos todos en los cuidados del niño más pequeño, si respondemos a su vez a las demandas y necesidades específicas de los niños mayores y muy especialmente, si esos niños mayores están acostumbrados a ser mirados y escuchados genuinamente por sus padres. Es decir, las bondades de la hermandad podrán desplegarse dentro de una familia, si antes cada hijo se siente amado, importante a ojos de sus padres y especial.
Por el contrario, si los niños perciben sufrimiento, soledad, apatía o abandono emocional, el bebé recién nacido no logrará hacer crecer en sus hermanos la empatía ni el cariño. Ningún niño estará en condiciones de alimentar afectivamente a un hermano si está hambriento de cuidados, por más que sea mucho mayor en relación al pequeño o porque sus padres se lo demanden. De nada vale teorizar sobre el bien ni sermonear sobre lo que es correcto hacer, ya que cada niño podrá asumir espontáneamente el amor hacia los hermanos, sólo si realmente siente que el amor abunda a su alrededor. Y en todos los casos, somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de la nutrición amorosa.
Amar a los hermanos no es un tema menor. Cuando tenemos la dicha de vivir la experiencia de la hermandad dentro de casa, luego podemos trasladarla a los demás vínculos humanos y sentir que casi cualquier persona puede constituirse en un hermano del alma. Y si es nuestro hermano del alma, no dudaremos en dar la vida por él. Ese derroche de amor y generosidad brotará de nuestro corazón si la hemos aprendido en la sencillez de la infancia".
Artículo de Laura Gutman
Imagen: Hermanos, pintura de Alfonso Silió Olaizola
8 comentarios:
Precioso Carmen, para pensar...
Tengo 3 hermanos varones, solo con uno no me llevo bien...creo que mis padres lo apoyan en todas sus maldades con respecto a nosotros...lo han venido apoyando, situaciones que a los otros no lo hubieron dejado pasar, con él sí!
Nos hemos criado en un hogar con violencia familiar, pero eso no afectó el sentir amor con los hermanos; tengo 50, mi hermano de 49 fue sacado del hogar a los 14 años, no entendía el por qué y sufrí muchísimo, aún hoy...con mi hermano menor una relación hermosa, he sido 'la mamá'.
El de 46 años, a pesar que hace tratamiento psicológico, sigue siendo como cuando adolescente...
Con mis hijas, cada una es como es, jamás las he comparado, también llamaba la atención a la familia! -aunque no me hicieron caso en muchas oportunidades-, en la escuela: hablar con las maestras y profes...desgraciadamente algun@s no tienen pedagogía :(
Quería séis hijos, el cuerpecillo ha dado para dos, no me importaba el sexo para nada.
Besos tesoro :)
El amor entre hermanos va creciendo y se va afianzando con el tiempo. Es bueno tener varios hermanos y de distintas edades, me imagino tu sufrimiento. Gracias por contarme. Yo sufrí mucho por el mío, lo perdí a los 35, era mi par y a la menor la crié como a una hija. Ahora las 3 hermanas estamos más unidas que nunca, por el dolor y la enfermedad de dos personas muy cercanas. Son vivencias muy enriquecedoras las que vivimos dentro de la familia con los hermanos. Cariños, Carmen
Me llevo bien con 3 de mis hermanos, y extraño mucho al 4º, a quien no veo hace 9 años. La relación con mis hermanos fraternal cambió después de abandonar la casa paterna. Se hizo más lejano, aparentemente más tenue, aunque en momentos de necesidad, mis hermanos fueron los primeros en auxiliarme.
La hermandad entre mis siete hijos yo diría que es tema como para una película. Es algo que hay que trabajarlo constantemente.
Es necesario entender que el amor no es solo un sentimiento, sino también es entrega, por ej., dejar el último bombón para el hermano que no pide, en vez de apurarse en comérselo uno mismo.
Cuando mis hijos eran más chicos, para la Navidad siempre preparaban un pequeño teatro. Uno hacía el guión, otro se encargaba de la decoración, otro del vestuario, otro de la música, otro hacía de director, y todo lo hacían lejos de mi vista, para darme una sorpresa. Ultimamente, hicieron una videos muy lindos, en los que también aparece Raulito.
Supongo que esas actividades conjuntas son las que contribuyen a fortalecer esos lazos fraternales.
Y, como dice Carmen, en los momentos difíciles nos damos cuenta que el hombro del hermano es el que no falta.
Así es que, a seguir luchando, que no estamos solos!
Saludos.
Que linda entrada Carmen. Mamá siempre fortaleció la relación entre los hermanos, y es el día de hoy que somos muy unidos, aún cdo. no nos vemos mucho.
Guille y sus hermanos siempre se han llevado bien, también, y ahora le mostramos fotos a los chicos, y les señalamos a Sole, para que aunq no la hayan conocido, sepan quien era. Las vacaiones las vamos a pasar con los sobrinos de Guille, es una manera de mantener el recuerdo de Sole, y de que ellos tengan un vínculo con sus primos. Aunque cueste.
Muchos besos
ay, cómo me habría gustado tener otro hijo, pero la vida a veces no nos da esa oportunidad.
Preciosa entrada, corazón.
besitos.
Cada uno hace su vida, cambia la relación pero con la distancia a veces se fortalece otras no.Los lazos entre los hijos se gestan en la familia definitivamente Josefina. Tienes mucho trabajo para hacer y lo estás haciendo muy bién. Un abrazo, Carmen
Las pérdidas cuestan mucho Marina, cuando murío mi hermano, nos hicimos cargo de su hija de dos añitos, fué muy dífisil que conserve una figura por la edad, mi padre ocupó ese rol y más adelante, ella se fué acercando a Rodrigo a contarle sus cosas.Cómo son las cosas, yo lo vi a él como un hermano y ella confío en él como un papá. Lindo igual. Besotes Marina. Carmen
Así es Anabel, a veces la vida no nos da la oportunidad.Yo no la tuve, y me volqué a los niños y a los perritos. No me atreví a adoptar en su momento, si bien es una alternativa algo delicada, es una posibilidad muy buena si se hace con responsabilidad. Cariños, Carmen
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